miércoles, 21 de enero de 2015

MUERTE DEL EGO (PLATON)

MUERTE DEL EGO
PLATÓN
Por: Maurice Nicoll

PLATÓN dice que cuando empezamos a hollar el camino del cono­cimiento devenimos más y más inciertos acerca de todas aquellas cosas de las que teníamos certeza, y más y más ciertos de aquello que nos era incierto.

Comenzamos a pasar por una especie de reversión.

A cierto punto ocurren momentos de iluminación.

'Brota del fuego' (Epístola VIII).

A esto llamémosle el nacimiento de la mente activa, y se le conecta con el despertar del segundo triángulo o sistema en el hombre.

A esta altura ya habremos comprendido que el tratar de asir el tiempo de una manera diferente tiene un propósito bastante claro: el de estimular la actividad del segundo sistema psicológico.

Para esto se hace necesa­rio pensar partiendo de las ideas.

También comprendemos que para des­pertar este sistema hemos de tener una nueva concepción de la 'rea­lidad'.

Permanecerá dormida en nosotros en tanto demos las cosas por supuestas, y vivamos sumergidos en el mundo de las apariencias.

Pues­to que estos dos sistemas, en el hombre, están respectivamente volcados hacia lo visible y lo invisible, hemos de darnos cuenta de que lo visible no puede darnos plenitud.

Nunca podrá darnos nuestro completo significado.

Debe penetrar en nosotros algo que venga desde otra dirección.

Nuestras 'certidumbres' han de convertirse en algo menos supuesto.

De­bemos aflojar nuestras opiniones fijas.

Lo que más debemos sospechar es del sentimiento de estar siempre en lo cierto, de siempre tener la razón.

Bien podemos imaginar cómo semejantes sentimientos nos limitan den­tro del triángulo inferior.

También, y debido a que hay dos sistemas en nosotros, las energías que deberían ir hacia el sistema superior tienen que producir una sobreacción en el sistema inferior.

Tal cual somos, debemos ser una confusión de los dos sistemas.

Ahora bien: todas las ideas que nos ayudan a concebir el espacio superior orillan el sistema superior, lo tocan.

El asir el tiempo de una manera diferente, con el pensamiento y sentimiento individual, nos llega al sistema superior, porque éste no tiene el sentido del tiempo que tenemos nosotros, ni tiene las nociones del sistema inferior.

Todas las emociones y todos los pensamientos que corresponden al sistema superior tienen que ser inconmensurables con los del inferior.

Son otro mundo; y, sin embargo, penetran en este mundo del sistema inferior.

En cierto sentido, el uno es algo discontinuo con relación al otro; sin embargo, están eslabo­nados en dos puntos.

El trabajo pleno de ambos sistemas significaría ser consciente del todo, significaría vivir en un mundo sexa-dimensional.

La memoria de toda la vida —mejor dicho, el conocimiento directo de ella— y el conocimiento de las recurrencias penetrarían en el campo de la conciencia.

Nuestra psicología del momento presente quedaría aniquilada por la absorción de algo infinitamente superior.

Más nosotros seguiríamos en la vida, únicamente que más ciertos en aquello de lo que antes no teníamos certeza, e inciertos en aquello de lo que antes estábamos muy ciertos.

Si entendemos que el mundo manifestado es únicamente una parte del inmanifestado, entonces lo hemos de tomar como aquel grado del todo que parece existir fuera del hombre, en el ambiente sensible.

Toda aquella porción que permanece inmanifestada es aquel lado del todo con el cual el hombre se comunica interiormente.


El objetivo de 'aquietar los sentidos' es el de despertar la percepción in­terna de las realidades inmanifestadas; la realidad manifestada yace fuera de nosotros, en aquella porción del todo que los sentidos nos muestran.

Un nivel superior de conciencia, (o el despertar del segundo sistema) signi­ficará, entonces, que incluiremos mucho más del mundo; es decir una ma­yor totalidad, y por lo mismo más de nosotros mismos; incluire­mos más de lo que incluimos al hallarnos en la proporción que nos da el nivel de conciencia que yace entre lo manifiesto y lo inmanifiesto.

Si así lo consideramos, podremos pensar que los grados inmanifestados del mundo yacen dentro del hombre como una serie de posibles experiencias internas —transformaciones mentales— a las que se llega me­diante una conciencia más plena, y que se perciben como la 'verdad interna' o lo que gustemos llamarle.

Entonces, al hombre natural se le define por su estado consciente.

Como 'naturales' somos una proporción entre lo manifestado y lo inmanifestado, una proporción común al nivel de conciencia que tenemos.

Pero si hay grados superiores de conciencia, el hombre es capaz de obtener nuevas proporciones, y de ver y com­prender cosas que nosotros, como hombres 'naturales', no comprendemos porque esta nueva proporción existirá únicamente para él y en él.

De este modo, su 'lógica' no será la nuestra, y tampoco sus puntos de vista, ni sus opuestos serán nuestros opuestos.

Por lo tanto, es fácil darse cuen­ta de que el nos será incomprensible, pues ahí donde nosotros nada ve­mos, el verá algo; y ahí donde nosotros vemos contradicciones, debido a que estamos divididos en pedazos, el puede ver una armonía, porque, con relación a nosotros, el ve más; ve más amplia y plenamente, ve una mayor parte del todo.

Toda expansión de la conciencia significa un punto de vista más expansivo, uno que incluye lo que para nosotros, y debido a nuestra limitada conciencia, parecerán opuestos y permanece­rán opuestos, reteniéndonos en nuestro nivel.

La apertura de grados superiores de conciencia no ha de ser, por tanto, un proceso que se conforme a nuestras ideas generales de las cosas.

Siempre habrá algo extra­ño y difícil de comprender en todo cuanto les pertenece.



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