MUERTE DEL EGO
PLATÓN
Por: Maurice Nicoll
PLATÓN dice que
cuando empezamos a hollar el camino del conocimiento devenimos más y más
inciertos acerca de todas aquellas cosas de las que teníamos certeza, y más y
más ciertos de aquello que nos era incierto.
Comenzamos a pasar
por una especie de reversión.
A cierto punto
ocurren momentos de iluminación.
'Brota del fuego' (Epístola VIII).
A esto llamémosle el
nacimiento de la mente activa, y
se le conecta con el despertar del segundo triángulo o sistema en el hombre.
A esta altura ya
habremos comprendido que el tratar de asir el tiempo de una manera diferente
tiene un propósito bastante claro: el de estimular la actividad del segundo
sistema psicológico.
Para esto se hace necesario
pensar partiendo de las ideas.
También comprendemos
que para despertar este sistema hemos de tener una nueva concepción de la 'realidad'.
Permanecerá dormida
en nosotros en tanto demos las cosas por supuestas, y vivamos sumergidos en el
mundo de las apariencias.
Puesto que estos dos
sistemas, en el hombre, están respectivamente volcados hacia lo visible y lo invisible, hemos de darnos cuenta de que lo visible no puede
darnos plenitud.
Nunca podrá darnos
nuestro completo significado.
Debe penetrar en
nosotros algo que venga desde otra dirección.
Nuestras
'certidumbres' han de convertirse en algo menos supuesto.
Debemos aflojar
nuestras opiniones fijas.
Lo que más debemos
sospechar es del sentimiento de estar siempre en lo cierto, de siempre tener la
razón.
Bien podemos imaginar
cómo semejantes sentimientos nos limitan dentro del triángulo inferior.
También, y debido a
que hay dos sistemas en nosotros, las energías que deberían ir hacia el sistema
superior tienen que producir una sobreacción en el sistema inferior.
Tal cual somos,
debemos ser una confusión de
los dos sistemas.
Ahora bien: todas las
ideas que nos ayudan a concebir el espacio superior orillan el sistema
superior, lo tocan.
El asir el tiempo de
una manera diferente, con el pensamiento y sentimiento individual, nos llega al sistema superior, porque éste no tiene
el sentido del tiempo que tenemos nosotros, ni tiene las nociones del sistema
inferior.
Todas las emociones y
todos los pensamientos que corresponden al sistema superior tienen que ser
inconmensurables con los del inferior.
Son otro mundo; y,
sin embargo, penetran en este mundo del sistema inferior.
En cierto sentido, el
uno es algo discontinuo con relación al otro; sin embargo, están eslabonados
en dos puntos.
El trabajo pleno de ambos sistemas significaría ser consciente del todo,
significaría vivir en un mundo sexa-dimensional.
La memoria de toda la
vida —mejor dicho, el conocimiento directo de ella— y el conocimiento de las
recurrencias penetrarían en el campo de la conciencia.
Nuestra psicología
del momento presente quedaría aniquilada por la absorción de algo infinitamente
superior.
Más nosotros
seguiríamos en la vida, únicamente que más ciertos en aquello de lo que antes
no teníamos certeza, e inciertos en aquello de lo que antes estábamos muy
ciertos.
Si entendemos que el
mundo manifestado es únicamente una parte
del inmanifestado, entonces lo hemos de tomar como aquel grado del todo
que parece existir fuera del hombre, en el ambiente sensible.
Toda aquella porción
que permanece inmanifestada es aquel lado del todo con el cual el hombre se
comunica interiormente.
El objetivo de
'aquietar los sentidos' es el de despertar la percepción interna de las
realidades inmanifestadas; la realidad manifestada yace fuera de nosotros, en
aquella porción del todo que los sentidos nos muestran.
Un nivel superior de
conciencia, (o el despertar del segundo sistema) significará, entonces, que
incluiremos mucho más del mundo; es decir una mayor totalidad, y por lo mismo
más de nosotros mismos; incluiremos más de lo que incluimos al hallarnos en la
proporción que nos da el nivel de conciencia que yace entre lo manifiesto y lo
inmanifiesto.
Si así lo
consideramos, podremos pensar que los grados inmanifestados del mundo yacen
dentro del hombre como una serie de posibles experiencias internas
—transformaciones mentales— a las que se llega mediante una conciencia más
plena, y que se perciben como la 'verdad interna' o lo que gustemos llamarle.
Entonces, al hombre
natural se le define por su estado consciente.
Como 'naturales'
somos una proporción entre lo
manifestado y lo inmanifestado, una proporción común al nivel de conciencia que
tenemos.
Pero si hay grados
superiores de conciencia, el hombre es capaz de obtener nuevas proporciones, y
de ver y comprender cosas que nosotros, como hombres 'naturales', no
comprendemos porque esta nueva proporción existirá únicamente para él y en él.
De este modo, su
'lógica' no será la nuestra, y tampoco sus puntos de vista, ni sus opuestos
serán nuestros opuestos.
Por lo tanto, es
fácil darse cuenta de que el nos será incomprensible, pues ahí donde nosotros
nada vemos, el verá algo; y ahí donde nosotros vemos contradicciones, debido a
que estamos divididos en pedazos, el puede ver una armonía, porque, con
relación a nosotros, el ve más; ve más amplia y plenamente, ve una mayor parte
del todo.
Toda expansión de la
conciencia significa un punto de vista más expansivo, uno que incluye lo que
para nosotros, y debido a nuestra limitada conciencia, parecerán opuestos y
permanecerán opuestos, reteniéndonos en nuestro nivel.
La apertura de grados
superiores de conciencia no ha de ser, por tanto, un proceso que se conforme a nuestras ideas
generales de las cosas.
Siempre habrá algo
extraño y difícil de comprender en todo cuanto les pertenece.
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