LAS CAUSAS
Por: Maurice Nicoll
Es evidente que
estudiando sus partes podremos explicarnos una silla; pero esto es sólo una
manera de pensar acerca de la silla, es sólo una forma de la verdad.
La silla también ha
de explicarse por la idea en la mente que la concibió.
Ninguna investigación
cuantitativa, ningún análisis químico o microscópico puede captar esta idea ni
darnos el significado completo de una silla.
Si nos preguntamos
cuál es la causa de la silla
¿cómo podremos responder?
La silla existe ante
nuestros ojos como un objeto visible.
Su causa tiene dos
aspectos.
En lo visible, la
causa de la silla son las partes de madera de que está hecha.
En lo invisible, es
una idea que existió en la mente de alguien.
Y tenemos tres
términos: idea, silla, madera.
El materialismo
científico, subraya el tercer término.
Subraya las
diferentes partes materiales que entran en la composición de cualquier objeto,
y en ellas busca la 'causa'.
Y pasa por alto la idea que se encuentra tras de toda
materia organizada.
Su atención queda
sujeta a aquello que se manifiesta en el tiempo y en el espacio, de tal suerte
que no puede menos que buscar el origen causal en las partes constituyentes más
pequeñas de cualquier organismo, y también en el tiempo precedente, o sea en el pasado.
El momento del origen
de la silla en el tiempo y en el espacio puede tomarse como el momento en que
el primer trozo de madera recibe una forma para su construcción.
Visiblemente, la
silla empieza con el primer trozo de madera, así como una casa empieza con el
primer ladrillo.
Pero antes del
principio de la silla, o de la casa, en el tiempo y en el espacio, existió la
idea en la mente de alguien.
Antes de que se
coloque el primer ladrillo, el arquitecto ya tiene, en la mente, toda la
concepción de la casa.
Pero al trasladar
esta idea a su visible expresión, la parte más pequeña de la casa aparece primero en el tiempo que pasa.
El arquitecto piensa
primero acerca de la idea como un todo, piensa acerca de la casa como una totalidad, y de aquí parte la
sucesión de detalles cada vez más y más pequeños.
Pero al manifestarse en el tiempo, este proceso se revierte.
A fin de poder
manifestar su expresión, la fuerza de la idea tiene que pasar primero al detalle
más pequeño, o sea que un simple ladrillo es el primer punto de la
manifestación de la idea de la
casa.
La primera expresión
de una idea en el tiempo y en el espacio es un solo constituyente de la materia
elemental.
Sin embargo, en la
mente del arquitecto la idea es un todo completo, pero lo es de un modo
invisible.
La casa terminada
expresa la idea en forma visible.
La casa ha crecido,
por así decirlo, como algo intermedio entre el primer término, la idea, y el tercero, la parte de materia elemental.
Cuando como segundo
término la casa queda completa, los términos primero y tercero, mediante los
cuales se efectuó la construcción,
desaparecen.
La idea ha hallado su
expresión en el tiempo y en el espacio y se deja de pensar acerca de los ladrillos,
separados como ladrillos, pues devienen un conjunto que es la casa en sí.
Se puede analizar la
casa por medio de los ladrillos y la mezcla que la componen, y siempre es
posible decir que los ladrillos son los que la causan.
Pero esto es muy poco
adecuado, pues toda la estructura de la casa, su forma y la integración de sus
partes separadas, tiene su origen fundamental en la idea que el arquitecto tenía en la mente; y esta idea no está ni
en el tiempo ni en el espacio.
Quiero decir que no
se encuentra en el mundo fenomenal o visible.
Es obvio que los
términos primero y tercero, o sea la idea y el ladrillo elemental, son ambos causales, y que hemos de pensar
acerca de la causalidad en dos categorías.
Todo lo que el
materialismo científico califica de causal
es lo correcto por lo que respecta al lado fenomenal; pero es
fundamentalmente insuficiente.
Por sí misma, una idea no puede ser una causa.
Se precisa tanto del
primer como del tercer término, obrando en conjunción.
En un sentido más
amplio, puede decirse que existen dos tipos de mente: una que argumenta
partiendo del primer término, y la otra que argumenta partiendo del tercero.
Lo que es necesario
es la unión de ambos puntos de vista.
La dificultad estriba
en que, debido a las leyes del tiempo, aun la idea más completa y acabada debe
necesariamente expresarse en una secuencia, en una manifestación visible y,
antes que nada, en su forma más elemental.
Posible es que sea
necesario pasar por un largo período de alzas y bajas, de aciertos y de
errores, antes de que se pueda llevar a cabo debidamente la idea en la
manifestación.
Y siempre parecerá —a
los sentidos— que el primer material elemental, que no fue sino el punto de
partida de la idea en su tránsito a la manifestación visible, es en sí mismo la
causa de todo cuanto le sigue.
Parece que así fuera.
Y es debido a esta
apariencia que ha nacido la moderna doctrina de la evolución.
Consideremos los
elementos plásticos de la materia viva organizada: el mundo de los átomos, del
carbono, del hidrógeno, del nitrógeno, del oxígeno, del sulfuro y del fósforo;
consideremos esta maravillosa caja de pinturas en la que la valencia es el
poder que mezcla, y la de la cual surgen una infinita diversidad de
combinaciones y agrupaciones, y una infinita variedad de productos.
Constituyen el tercer
término, son los elementos materiales de los que está hecho el mundo y su vida.
El hombre tiene un
campo mucho más limitado, mucho más denso, de material plástico, que puede
usar directamente.
Si su idea pudiese
obrar directa y fácilmente sobre el mundo atómico, ¿qué transformaciones
materiales no podría hacer?
Si mi mente pudiese
obrar directamente sobre el mundo atómico de esta mesa de madera sobre la que
estoy escribiendo, podría convertirla en innumerables sustancias sin la menor
dificultad, por el mero hecho de reorganizar las combinaciones de átomos que la
componen.
Y si tuviese
semejante poder sobre el mundo atómico y conociese la idea de la vida, podría crearla.
Pero la verdadera
causa de semejante magia sería la mente y la idea, y no los elementos
materiales en sí.
He dicho que el
materialismo subraya la causa en el tercer término.
A través de los ojos
del materialismo nos inclinamos a verlo todo como una cantidad y un arreglo de
materiales más que como calidad, significado o idea.
El énfasis se da en
un solo lado, en el externo, en el lado extendido, en aquel lado o aspecto del
universo que nos muestran los sentidos.
Corresponde a una
actitud que cada uno debe conocer y reconocer en sí mismo.
El mundo es tal cual
lo vemos, y de un modo u otro deriva de sí mismo.
De un modo u otro los
átomos que lo comprenden fueron arreglados de cierta manera, y de un modo u
otro aparecieron las visibles masas de materia y las criaturas vivientes.
¿Qué es lo que nos
arrebata el materialismo?
Nos conduce, naturalmente,
a una visión muerta de las cosas.
En su forma más
extrema asume el punto de vista de que vivimos en un gigantesco universo mecánico,
en medio de una insensata máquina de planetas y de soles y en la cual apareció
el hombre accidentalmente, como una motita de vida insignificante y efímera.
Si nos limitamos a
subrayar el tercer término, esta idea es bastante cierta.
Significa que si el
hombre va a mejorar su vida, tiene únicamente que ocuparse del mundo externo y
visible.
Nada habrá que sea
'real' fuera de aquello que pueda alcanzar por medio de los sentidos.
De esta suerte, el
hombre debería inventar y construir nuevas maquinarias y reunir cuantos hechos
le sea posible acerca del mundo visible, y dedicarse a 'conquistar la
naturaleza'.
Con este punto de
vista el hombre queda volcado hacia fuera.
Este punto de vista
le hace ver su campo de acción fuera de sí.
Le hace pensar que el
descubrir un hecho nuevo acerca del universo material podrá mitigar su
infortunio y su dolor.
Hoy en día la
humanidad muestra una inclinación extraordinaria a volcarse hacia fuera,
mediante el desarrollo científico y la creciente esperanza de que los nuevos
descubrimientos y las nuevas invenciones puedan solucionar los problemas del
hombre.
La actitud del
materialismo científico, que caracterizó
de un modo tan especial la última parte del Siglo XIX, ya ha llegado a las
masas.
También ha llegado al
Oriente.
La humanidad ve ahora
la solución de sus problemas en algo que yace fuera de sí misma.
Y con esta actitud
invariablemente va la creencia en la organización en masa de las gentes y la
correspondiente pérdida del sentido interno de la propia existencia, la
destrucción de las diferencias individuales y la gradual obliteración de la
variedad de costumbres y distinciones locales que pertenecen a una vida normal.
El mundo se hace cada
vez más pequeño a medida que deviene más uniforme.
Las gentes pierden el
poder de cualquier sabiduría separada.
En vez de disfrutar
de la propia sabiduría, se imitan los unos a los otros cada vez más.
Y justamente esto es
lo que hace posible la organización de las masas.
Junto con esto va la
unión del mundo por medio de los veloces transportes y de las comunicaciones
por radio, de tal modo que todo el mundo responde anormalmente a un estímulo
local único.
Y por encima de todo
esto ronda una extraña quimera que parece resplandecer en la imaginación de
toda la humanidad actual, la fantástica idea de que la ciencia descubrirá algún
secreto, alguna solución que librará a la tierra de su brutalidad y de la
injusticia, y que restaurará la Edad de Oro.
La noción de que
podemos descubrir soluciones finales
para todas las dificultades de la vida, la noción que la humanidad en masa,
como un todo, podrá alcanzar la verdad
en alguna fecha futura, es una noción que ignora el hecho de que cada persona
que nace en este mundo es un nuevo punto de partida.
Cada persona ha de
descubrir por sí misma todo lo que ya haya sido descubierto antes.
Cada persona ha de
encontrar la verdad por sí misma.
Aparte de esto ¿qué
es lo que vemos actualmente, como resultado de la creencia de que el hombre
puede organizar su vida tan sólo mediante el conocimiento científico?
Visto por el lado
práctico, sólo podemos advertir cómo el hombre queda bajo la potestad de sus
propias invenciones.
Vemos que la moderna
maquinaria no guarda ninguna proporción con la vida humana.
Seguramente que para
todos es evidente el hecho de que el desarrollo de la maquinaria no es el
desarrollo del hombre, y que es igualmente obvio que la máquina lo está
esclavizando y que, grado a grado, lo aleja de las posibilidades de una vida y
de un esfuerzo normales, y del normal uso de sus funciones.
Si se utilizase la
máquina en una escala proporcional a las necesidades del hombre, seria en
realidad una bendición.
Si las gentes tan
sólo pudiesen comprender que el más reciente de los descubrimientos no es
necesariamente lo mejor para la humanidad, si tan sólo tomasen el concepto de progreso con escepticismo, podrían insistir
en que se produzca un mejor equilibrio.
Lo que no alcanzamos
a captar en nuestro entendimiento es que la presión de la vida exterior no
disminuye en virtud de los nuevos descubrimientos.
Únicamente complica
nuestras vidas más y más. No sólo vivimos de pan, sino del Verbo.
Lo que necesitamos no
es únicamente nuevos hechos y mayores comodidades, sino ideas y estímulos de
los nuevos significados.
El hombre es su comprensión,
es aquello que comprende; el hombre no es la posesión que tiene de los hechos
ni el cúmulo de invenciones y de comodidades.
Únicamente a través
de su propia comprensión, de una comprensión que haya obtenido mediante su
propio y duro esfuerzo, podrá sobrellevar la presión de las cosas externas.
Sin embargo, es evidente
que nada puede detener el impulso general de los acontecimientos actuales.
En la civilización
occidental no hay ninguna fuerza discernible que sea lo suficientemente
poderosa para sobreponerse a este impulso, y el mundo moderno tiene aún que
aprender a entender que el punto de vista del naturalismo es, a la larga, el
peor enemigo del hombre.
Parece
suficientemente lógico subrayar tan sólo EL TERCER TÉRMINO, el visible y tangible.
Pero el hombre es
algo más que una máquina lógica.
Nadie puede
entenderse a sí mismo ni comprender a los demás únicamente por medio del
ejercicio de la lógica.
En verdad poco es lo
que podemos comprender por medio de la lógica.
Pero la tiranía de
esta facultad puede convertirse en algo tan poderoso y grande que puede llegar
a destruir mucho de lo emocional e instintivo en el hombre.
Contrastando con el
naturalismo, existe el antiguo punto de vista que sitúa al hombre en un
universo creado, en un universo
que es parcialmente visible y parcialmente invisible, que por una parte está en el tiempo y, por otra, fuera del tiempo.
Tal cual lo vemos, el
universo es sólo un aspecto de la realidad total.
Como criatura de los
sentidos, el hombre únicamente sabe de apariencias y estudia apariencias.
El universo no es
tan sólo una experiencia sensorial, sino que es también una experiencia
interna.
O sea que así como
hay una verdad externa, también la hay interna.
El universo es tanto
visible como invisible.
En el aspecto visible
—EL TERCER TÉRMINO— se encuentra el mundo de los hechos.
En el invisible —el
primer término— se encuentra el mundo de la idea.
El hombre se
encuentra entre los aspectos visible e invisible del universo; está relacionado
con uno por medio de los sentidos, y con el otro por medio de su naturaleza
interior.
Al llegar a cierto
punto, el aspecto externo y visible del universo queda abandonado, por así
decirlo, y pasa a la experiencia interior del hombre.
Dicho de otro modo,
el hombre es una cierta relación o cierta proporción entre lo visible y lo
invisible.
Debido a esto es que
el sentido externo de la vida no le basta y las mejoras externas para su
existencia jamás le dejarán satisfecho.
El hombre tiene
necesidades internas.
Su vida emocional no
se satisface mediante las cosas externas.
Su organización no
puede explicarse únicamente en términos de adaptación a la vida externa.
Necesita ideas que le
den algún significado a su existencia.
Hay en el hombre algo
que puede crecer y desarrollarse, hay un estado por venir de sí mismo, y esto
no se encuentra en ningún 'mañana', sino que está por encima de él.
Existe cierto
conocimiento que lo puede cambiar, un conocimiento de una realidad muy distinta
a aquel que únicamente trata de los hechos relativos al mundo fenomenal, un
conocimiento que cambia su actitud y su comprensión, que puede obrar sobre él
internamente y producir una armonía entre los elementos discordantes de su
naturaleza.
En muchas de las
filosofías antiguas se dice que esta es la principal tarea del hombre, su verdadera tarea.
Por medio del
conocimiento interior es que el hombre encuentra la verdadera solución a todas
sus dificultades.
Es preciso entender
que la dirección de este crecimiento no es hacia fuera, hacia los negocios, la
ciencia o la actividad externa, sino hacia dentro, en la dirección del
conocimiento de si mismo; y es a través de esto que se produce un cambio en el ser consciente.
En tanto el hombre
esté vuelto tan sólo hacia fuera, en tanto sus creencias lo vuelquen hacia los
sentidos como único criterio de lo 'real', en tanto crea tan sólo en
apariencias, no podrá cambiar en sí mismo.
No podrá crecer en su
sentido interno.
A través del punto de
vista naturalista se priva a si mismo de todas las posibilidades de un cambio
interior.
Tiene que
relacionarse con EL 'MUNDO DE LA IDEA' antes de poder comenzar a crecer.
Tiene que poder
sentir que en el universo hay algo más
que lo que es aparente a los sentidos.
Tiene que sentir que
hay otros significados posibles, otras interpretaciones, pues únicamente de
esta manera podrá su mente 'abrirse'.
Tiene que haberle
llegado el sentimiento y la sensación de que hay algo más.
Tiene que haberse
preguntado '¿qué soy?', y qué puede significar la vida y qué sentido tiene su
propia existencia.
Tiene que haberse
producido cierta clase de interrogantes en su alma.
¿El significado de la
existencia es algo más de lo que aparenta ser?
¿Vivo en medio de
algo más grande que lo que revelan mis sentidos?
¿Son todos mis
problemas únicamente externos?
¿Es el conocimiento
del mundo exterior el único conocimiento posible?
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