NECESITO
IMPRESIONES DE MÍ MISMO
Por: Jeanne
de Salzmann
En mi estado actual no hay estabilidad, no hay «yo».
No me conozco.
Empiezo a sentir que hay que llegar
a un momento de presencia más completo.
Necesito ante todo tener una
impresión —lo más profunda posible— de mí mismo.
Me daré cuenta de que nunca tengo
una impresión profunda, de que mis impresiones son muy superficiales, tan
superficiales que sólo crean asociaciones superficiales que no dejan
ningún recuerdo y no cambian nada, no transforman nada.
Gurdjieff hablaba de las impresiones
como de un alimento, pero no comprendemos lo que quiere decir alimentarnos, ni
lo que eso representa para nuestro ser.
Soy pobre en materia de impresiones de mí mismo.
Tengo tan pocas; esto no tiene peso.
Si verdaderamente quiero conocer
algo, estar seguro de ello, primero necesito ser «impresionado» por el
conocimiento.
Necesito ese conocimiento nuevo.
Necesito ser impresionado por él tan
fuertemente que lo conoceré en ese momento con todo lo que soy; no solamente
con mi cabeza, sino con toda mi masa.
Si no tengo suficiente de ese
conocimiento, suficientes impresiones, no puedo tener ninguna convicción.
Sin el conocimiento, sin el
material, ¿cómo voy a evaluar las cosas, cómo voy a trabajar?
No hay nada para dar un impulso en
una dirección u otra.
No hay posibilidad de actuar
conscientemente.
Lo primero que necesito para una
acción consciente es una impresión
de mí mismo, tanto
cuando estoy solo, abierto a lo que soy, como cuando estoy en la vida, cuando
trato de no olvidar esa impresión completamente y veo cómo me pierdo.
Esas dos clases de impresiones son
mi mundo interior.
Hasta que no tenga una cierta
cantidad de impresiones, no puedo ver más lejos, no puedo comprender más.
Consideramos las impresiones como
algo muerto, fijas como una fotografía.
Pero con cada impresión recibimos
una cierta cantidad de energía, algo viviente que actúa sobre nosotros, que nos
anima.
Por un momento tengo una impresión
de mí mismo que es completamente diferente de la manera en que me experimento
en general.
De repente conozco algo real en mí,
de una forma enteramente nueva, recibo algo, soy animado por eso.
Después lo pierdo, no lo conservo.
La impresión desaparece como si
hubiese sido robada por un ladrón.
En el momento en que más necesito de
ella para estar presente ante la vida, ya no tengo el apoyo para no perderme.
Empiezo a ver que las impresiones
son un alimento.
Es una energía que se debe recibir y
que debe ser contenida.
Necesito ver lo que me molesta y
comprender por qué es tan difícil recibir una impresión.
No es porque no la quiera recibir.
Es porque no puedo.
Siempre estoy cerrado, cualesquiera
sean las circunstancias de la vida.
A veces, quizás por un chispazo,
estoy abierto a la impresión.
Pero casi inmediatamente reacciono.
La impresión se asocia
automáticamente con otra cosa y se produce una reacción.
Uno aprieta un botón y acto seguido
viene un pensamiento, una emoción o un gesto.
No lo puedo evitar, ni siquiera lo
veo.
Mi reacción me ha separado de la
impresión y de la realidad que ella representa.
Allí está la barrera, el muro. Al
reaccionar, me cierro.
Lo que no veo es que pierdo todo contacto con la realidad una vez que mis funciones habituales están al mando.
Por ejemplo, siento que mi cuerpo
está aquí.
Siento mi brazo izquierdo, tengo la
impresión de mi brazo izquierdo.
Tan pronto esta impresión me
alcanza, eso desata mi pensamiento, que me dice «el brazo..., el brazo izquierdo».
Y en el momento en que me lo digo,
la pierdo.
Al pensar en el brazo, creo
conocerlo.
Confío más en el pensamiento sobre
el brazo que en su existencia real.
Pero el pensamiento sobre el brazo
no es la realidad.
Es lo mismo para mi propia realidad.
Tengo la impresión de una vida en mí
mismo,
pero tan pronto pienso «soy yo», la pierdo.
pero tan pronto pienso «soy yo», la pierdo.
Tomo mi pensamiento por el hecho
mismo.
Creo conocerlo y con esa credulidad,
esa creencia en mi pensamiento, ya no tengo preguntas, ni interés para recibir
esa impresión.
No puedo recibir las impresiones
conscientemente.
En consecuencia, no me conozco.
Al mismo tiempo, necesito esto por
encima de cualquier otra cosa.
Si no puedo recibir una impresión de
mí mismo, nunca tendré ese recuerdo, esa posibilidad de conocer lo que
soy.
El momento
de recibir una impresión es el momento de volverse consciente.
Es el acto de ver.
Jeanne de Salzmann
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