miércoles, 21 de enero de 2015

NECESITO IMPRESIONES DE MI MISMO

NECESITO IMPRESIONES DE MÍ MISMO
Por: Jeanne de Salzmann

En mi estado actual no hay estabilidad, no hay «yo».

No me conozco.

Empiezo a sentir que hay que llegar a un momento de presencia más completo.

Necesito ante todo tener una impresión —lo más profunda posible— de mí mismo.

Me daré cuenta de que nunca tengo una impresión profunda, de que mis impresiones son muy superficiales, tan superficiales que sólo crean asociaciones  superficiales que no dejan ningún recuerdo y no cambian nada, no transforman nada.

Gurdjieff hablaba de las impresiones como de un alimento, pero no comprendemos lo que quiere decir alimentarnos, ni lo que eso representa para nuestro ser.

Soy pobre en materia de impresiones de mí mismo.

Tengo tan pocas; esto no tiene peso.

Si verdaderamente quiero conocer algo, estar seguro de ello, primero necesito ser «impresionado» por el conocimiento.

Necesito ese conocimiento nuevo.

Necesito ser impresionado por él tan fuertemente que lo conoceré en ese momento con todo lo que soy; no solamente con mi cabeza, sino con toda mi masa.

Si no tengo suficiente de ese conocimiento, suficientes impresiones, no puedo tener ninguna convicción.

Sin el conocimiento, sin el material, ¿cómo voy a evaluar las cosas, cómo voy a trabajar?

No hay nada para dar un impulso en una dirección u otra.

No hay posibilidad de actuar conscientemente.

Lo primero que necesito para una acción consciente es una impresión de mí mismo, tanto cuando estoy solo, abierto a lo que soy, como cuando estoy en la vida, cuando trato de no olvidar esa impresión completamente y veo cómo me pierdo.

Esas dos clases de impresiones son mi mundo interior.

Hasta que no tenga una cierta cantidad de impresiones, no puedo ver más lejos, no puedo comprender más.

Consideramos las impresiones como algo muerto, fijas como una fotografía.

Pero con cada impresión recibimos una cierta cantidad de energía, algo viviente que actúa sobre nosotros, que nos anima.

Por un momento tengo una impresión de mí mismo que es completamente diferente de la manera en que me experimento en general.

De repente conozco algo real en mí, de una forma enteramente nueva, recibo algo, soy animado por eso.

Después lo pierdo, no lo conservo.

La impresión desaparece como si hubiese sido robada por un ladrón.

En el momento en que más necesito de ella para estar presente ante la vida, ya no tengo el apoyo para no perderme.

Empiezo a ver que las impresiones son un alimento.

Es una energía que se debe recibir y que debe ser contenida.

Necesito ver lo que me molesta y comprender por qué es tan difícil recibir una impresión.

No es porque no la quiera recibir.

Es porque no puedo.

Siempre estoy cerrado, cualesquiera sean las circunstancias de la vida.

A veces, quizás por un chispazo, estoy abierto a la impresión.

Pero casi inmediatamente reacciono. 

La impresión se asocia automáticamente con otra cosa y se produce una reacción.

Uno aprieta un botón y acto seguido viene un pensamiento, una emoción o un gesto.

No lo puedo evitar, ni siquiera lo veo.

Mi reacción me ha separado de la impresión y de la realidad que ella representa.

Allí está la barrera, el muro. Al reaccionar, me cierro.

Lo que no veo es que pierdo todo contacto con la realidad una vez que mis funciones habituales están al mando.

Por ejemplo, siento que mi cuerpo está aquí.

Siento mi brazo izquierdo, tengo la impresión de mi brazo izquierdo.

Tan pronto esta impresión me alcanza, eso desata mi pensamiento, que me dice «el brazo..., el brazo izquierdo».

Y en el momento en que me lo digo, la pierdo.

Al pensar en el brazo, creo conocerlo.

Confío más en el pensamiento sobre el brazo que en su existencia real.

Pero el pensamiento sobre el brazo no es la realidad.

Es lo mismo para mi propia realidad.

Tengo la impresión de una vida en mí mismo,
pero tan pronto pienso «soy yo», la pierdo.

Tomo mi pensamiento por el hecho mismo.

Creo conocerlo y con esa credulidad, esa creencia en mi pensamiento, ya no tengo preguntas, ni interés para recibir esa impresión.

No puedo recibir las impresiones conscientemente.

En consecuencia, no me conozco.

Al mismo tiempo, necesito esto por encima de cualquier otra cosa.

Si no puedo recibir una impresión de mí mismo, nunca tendré ese recuerdo, esa posibilidad de conocer lo que soy. 

El momento de recibir una impresión es el momento de volverse consciente.

Es el acto de ver.

Jeanne de Salzmann




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