LA BELLEZA Y EL
PUER AETERNUS
Por: Maurice
Nicoll
Recibir
negativamente el Trabajo es inútil; recibirlo por deber o temor es inútil;
recibirlo 'con mucha pesadez y seriedad es inútil; recibirlo sólo
formatoriamente es inútil.
El Trabajo debe
volverse a la larga emocional.
A no ser que se
sienta la belleza del trabajo, a no ser que se lo desee como algo encantador,
no podrá establecer un contacto correcto con nosotros, lo cual equivale a
decir, en suma, que no podremos ponernos en contacto con los centros
superiores.
Hay en todo
cierta belleza que no puede ser imitada por la seriedad.
¿Creen que a
una persona como yo le convendría estudiar ballet con toda la seriedad posible
o cualquier otra forma de ejercicio?
Se que soy
torpe y que mi sentido de la belleza, que se manifiesta en otras cosas, no lo
hace en esta.
Vemos la
belleza de diversas maneras.
Quienes juegan
al golf ven la belleza en la jugada de un campeón, los jugadores de esgrima en
sus propios movimientos, los de futbol en hacer correr la pelota, los de otros
deportes en un golpe afortunado, etc.
El hombre que
no ve la belleza no establece un vínculo entre los centros superiores y los
centros inferiores.
Ahora bien, ver
la belleza es una cosa y amarla es otra.
Puedo asistir a
partidos de criquet con lluvias torrenciales, pero sin sentir en momento alguno
que se debe a un sentido de compulsión.
El sentido de
la belleza no es el sentido del deber.
Lo que sentimos
que es bello lo queremos, pero
si hacemos este trabajo por un sentido del deber lo hemos encarado mal, aunque
al principio nos guste.
Les diré un
secreto.
Es maravilloso
comprender que se tiene derecho a no ser negativo.
Reparen en las
palabras —no "tener derecho a no ser negativo".
Es una de las
experiencias más bellas.
A este respecto
ocupémonos ahora del tema del identificarse.
Les digo
sencillamente que es asombroso ver que no es necesario identificarse con todas
las cosas con las cuales estamos identificados.
Me haré pasar
por victima para que puedan sentirse superiores a mí.
Supongamos que
en el momento en que me observo a mi mismo, reparo que estoy identificado con
preguntarme si necesito otro frasco de remedio, si el remedio me hace bien, si
tengo que comer más o menos, si he de viajar por razones de salud, si me
compraré un traje más abrigado para el próximo invierno, si voy a dejar de
fumar, si X es eficiente en el
Trabajo, o Y, si debo bajar el
pie, etc.
Ahora bien,
este es un resumen de mi poder de observación en ese momento, que todos ustedes
deberían tener.
Con todas esas
cosas que he mencionado como víctima, estoy identificado hasta cierto punto, y
todo ello me extrae fuerza en todo momento.
Ahora bien,
comprender que no hay que identificarse con todas esas pequeñeces es algo
bello, como lo comprenderán ustedes al cabo de un tiempo.
Repito que es
algo bello llegar a esta comprensión.
En realidad,
les diré que no estoy identificado con las cosas que les mencioné, pero eran
las cosas con las cuales solía identificarme.
Pero desde
luego, como es sabido, siempre se presenta la pregunta: ¿puedo permitirme el
lujo de una heladera o de un lavarropas?
¿Cuál me
convendrá mejor?
Ahora bien,
cada acto de no identificación ahorra fuerza.
Requiere un
acto consciente, lo cual quiere decir que una persona llega a ser consciente de
estar identificada con algo y al dejar de identificarse extrae fuerza de ello.
Identificarse
significa que se extrae fuerza de uno: no identificarse significa que uno
extrae fuerza de aquello con lo cual se identificaba.
Ahora bien, no
es posible no identificarse sin cierto grado de recuerdo de si.
Como es sabido,
la vida externa hace que nos identifiquemos en todo lugar y en todo punto.
Una persona
asiste a un partido de futbol, grita y se entusiasma o se preocupa demasiado
por la situación política de un país.
Pero es inútil.
Nada se aprende
del estar identificado.
De hecho,
impide toda comprensión.
Cuanto más se
identifica una persona con alguien al tratar de ayudarla, menos la comprenderá.
Por eso les
digo que hay mucha belleza en comprender que el identificarse, tal como lo dice
el Trabajo, es la única emoción que conocemos, la emoción de estar
identificado.
Lo repito, hay
mucha belleza en comprender que es innecesario estar identificado y que el
Trabajo ha sancionado no identificarse.
En ello radica
mucha belleza y tiene que ver con una eventual conexión con los Centros
Superiores.
Lo repetiré
otra vez: no se trata solo de no identificarse, puesto que esto se asemeja a un
mandamiento.
No hay
mandamientos de esta clase en el Trabajo.
La belleza
radica en comprender que se tiene
derecho a no ser negativo —y
si una persona no lo comprende no puede recordarse a si misma.
Todo recuerdo
de si tiene que ver con el hecho que hemos bajado a la tierra y que aquí la
vida no corresponde a aquello para lo cual hemos bajado: y en nosotros algo lo
sabe, esto es, no lo ha olvidado: y esto quiere decir que lo recuerda.
El
identificarse hace que todo sea feo.
Pero el sentido
de la belleza nos pone en conexión con los dos mundos del espíritu y la
materia, y así tiene que ver con el intermediario o PUER AETERNUS.
Maurice Nicoll
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