UNA SEGUNDA NATURALEZA
Por: jeanne de salzmann
Cuando
hay una desarmonía entre la fuerza interior y la forma exterior, la verdadera
relación en uno mismo está ausente.
O
hay un exceso
de fuerza de vida que conduce todo hacia el exterior, o una acumulación exagerada,
una defensa de sí demasiado rígida.
Si
demasiada
fuerza va hacia la manifestación, sentimos que nuestra forma interior se pierde y que
nos quedamos sin un orden o dirección interior.
Todos
los movimientos carecen de coordinación, de control.
En
cambio, si la protección de uno mismo es demasiado grande, los movimientos parecen
replegarse sobre sí mismos.
La
fuerza contenida parece demasiado poderosa para aquello que la contiene.
En
todo caso,
sentimos siempre la falta de un centro activo que sería el único capaz de resolver el
conflicto entre la forma exterior y la vida interior.
Pero
si hubiera un centro de gravedad en cada ocasión, la apariencia exterior sería la
expresión de una vida que reanimaría el todo una y otra vez.
Podría
vivir lo que soy; tendría esa posibilidad.
Habría
un tercer
elemento que haría de mí un hombre completo.
Para
conocer ese centro de gravedad, necesito tener en mi actitud una exigencia en todo
instante.
Necesito
recibir la impresión de esa fuerza en mí, y para ello es necesaria la sumisión, la aceptación de la acción de esa fuerza.
Hay
que hacerle un sitio constantemente.
Es
una lucha
por liberar un espacio para que esa fuerza, sin la cual estoy entregado a las fuerzas de
lo externo, pueda mantenerse.
Al
practicarlo, desarrollo una facultad para reconocer sin cesar actitudes erróneas y corregirlas.
Esto
debe llegar a ser una fuerza que penetre toda mi vida cotidiana.
Es
mi sumisión a la vida.
Lo
más difícil de conseguir es la sumisión de la mente.
Es
un estado de pasividad voluntaria, que produce siempre un sufrimiento para el ego, ya que él sólo
puede aceptarlo
por momentos muy cortos.
Tan
pronto me acerco al vacío, un pensamiento o una emoción, nacidos de mi yo
egoísta, vienen a interrumpir ese estado.
Las
olas rompen e invaden todo.
Quiero
experimentar ese centro de gravedad, pero nunca me permito del todo sentir su peso,
su densidad.
Hay
siempre una cierta tensión, una tendencia a empinarme, a estirarme hacia arriba.
De
estar relajado y suelto, paso a estar tenso y duro.
Mi
querer hacer, mi ego, ha retomado la autoridad. Ya no tengo confianza en la fuerza viviente
que experimento
en ese centro de gravedad; de nuevo, sólo confío en el yo.
Incluso
si dejo que la realidad de la vida surja en mí, no tengo control ni sobre mi soltar
ni sobre mi tensión.
O
me tenso o me suelto.
Y
no puedo considerar
los dos simultáneamente cuando se trata de un movimiento completo: esos dos estados
son el movimiento de la vida en mí.
La
tensión no
se opone al soltar, y el soltar no se opone a la tensión.
Ellos
siguen un
ritmo que tiene por meta la preservación de esa forma viviente que busco, de esa unidad
hasta que ella viva su propia vida.
Pero
es difícil de
comprender la manera de soltar, mi actitud.
Quiero
soltarme para sentir mejor la Presencia del ser, una Presencia divina.
Pero
siempre estoy allí para tomar o recibir lo
que se me debe, en lugar de sentir el respeto, que es lo único que me permitirá una apertura sin
condiciones.
No
dejo que esa Presencia actúe sobre mí.
Sólo
si he luchado largo tiempo por una unidad podré comprender lo difícil que es
revertir los efectos de esas tensiones.
Eso
se debe a que ellas afectan la totalidad.
En
cada tensión, aunque sea pequeña, está involucrada la totalidad.
Si
las tensiones se han fijado, el acceso al ser está bloqueado.
Un
verdadero relajamiento aparecerá cuando pueda sentir la raíz secreta de la cual algo vendrá y crecerá
sin mi ayuda.
Ella
me
sostendrá en una forma que será mi forma.
Será
una forma nueva, muy diferente de la forma de mis tensiones habituales, una forma interior en la cual todas
mis partes estan integradas.
Ella
me dará mucho más el sentido de mí mismo, de mi verdadera individualidad.
Mi
meta es llegar a ser una unidad.
Sólo
un todo sabe lo que es necesario para el todo.
Para
esto tengo que estar centrado.
Incansablemente vuelvo hacia mi
centro de gravedad.
Lo
que hoy es ocasional, debe llegar a ser una segunda naturaleza.
Sin
tensión, la energía se libera en un movimiento de soltar hacia abajo.
La
totalidad ya no está amenazada.
Descubro
una ley bajo cuya influencia deseo permanecer.
Veré
que esta es la Ley del Tres.
Ella
puede hacer de mí un ser nuevo.
jeanne de salzmann
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